En cierta
ocasión, el rey Federico II el Grande, de Prusia, cayó enfermo. Pero el monarca
no era muy afecto ni a los doctores ni a las medicinas de la época, tanto que
su doctor Hans Zimmermann tenía perseguirle para se las tomara o aceptara algún
tratamiento. Zimmermann le preguntó
alguna vez al rey la razón de su evasiva tanto al médico como al tratamiento.
El rey le miró y le preguntó: “Decirme, sinceramente, ¿la muerte de cuantos
lleva en su conciencia?”. Zimmermann contestó: “Unas trescientos mil menos que
usted, Majestad”.
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