El viaje de un esclavo africano a
América era verdaderamente devastador:
caminaban a pie y esposados en hilera hasta la costa entre ocho y nueve kilómetros
diarios, lo cual los hacía avanzar hasta treinta kilómetros al día bajo la
mirada de guardias armados. Durante el trayecto los negreros tenían que pagar
varios peajes e impuestos que encarecían el producto, sumándole que no todos
llegaban para ser embarcados. Se calcula que a finales del siglo XVIII la mitad
se perdía por muertes o fugas.
Llegados a la costa tenían que
esperar ser vendidos, cosa que podía suceder meses después. Cuando surgía algún
comprador, antes de cerrar el trato eran revisados por el medico negrero quien
les revisaba la boca, los genitales y los músculos, y los marcaba con hierro
candente, frotando antes su piel con aceite de palma o cera para mitigar el
dolor. Ya embarcados, los esclavos permanecían con grilletes hasta perder de
vista la costa, esto para evitar que se rebelasen, se suicidaran golpeándose la
cabeza, arrojándose al mar o dejándose morir.
En el barco eran hacinados de 400
a 600 humanos en el llamado “parque de negros”, que no era otra cosa que un
espacio de 50 centímetros por persona y donde viajarían todo el trayecto con
magras condiciones de higiene, mucho calor, poco aire y malo, esto debido a los
vómitos y defecciones humanas. La alimentación era sumamente mala, lo que solo
ocasionaba que muchos murieran; pero esa no era la única causa de muerte, los
castigos, los suicidios, la represión a las insurrecciones contribuían a ello.
Solo eran sacados a cubierta para tomar aire rociarlos con vinagre para que no
enfermaran y hacerlos bailar para que no se entumecieran. Se calcula que
durante el siglo XVII morían en el trayecto entre el 25 y el 28 porciento de
los cautivos, porcentaje que se redujo en un 11% un siglo más tarde. Para
finales del siglo XIX había aumentado a un 15% debido a que al ser clandestino
las condiciones volvieron a empeorar.
Llegados a América eran bañados
para su venta. Se les exhibía al público en un cercado, donde agentes de
plantadores los compraban, otros
eran subastados y los que quedaban eran vendidos en lotes. La
venta nunca se hacía ni por familia o grupos étnicos, siempre tenía que hacerse
por separado.
Esto distaba mucho del esclavo
africano que sí tenía derechos, como por ejemplo, sus hijos nacían libres, no
estaba obligado a trabajar más que el libre, no tenía los peores trabajos, otro
lo podía liberar, obtenía un usufructo por su trabajo e incluso podía llegar a
participar en la política, como varios esclavos que llegaron a ser reyes.
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