Josefina Napoleón tenía la
costumbre de sentarse en la misma banca cuando paseaba por los jardines del
palacio de las Tullerías. En cierta ocasión se pintaron los asientos y Napoleón
ordenó que un soldado se apostara exactamente en el banco que solía escoger
Josefina para que no se manchara de pintura fresca. Medio siglo después,
Eugenia de Montijo, la esposa del emperador Napoleón III, sobrino de Napoleón, observó
que cada día se cambiaba al soldado que resguardaba la banca, todo esto porque
no se había derogado la orden desde la época del Gran Corso. Baste decir que un
poco después la orden fue derogada por Napoleón III.
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