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viernes, 22 de agosto de 2014

El colchón


Una de las necesidades básicas del humano es el dormir bien. Por eso, desde la antigüedad siempre se ha buscado cómo poder descansar mejor. Los faraones dormían en cómodas camas de madera cubiertas de paños mullidos, mientras el pueblo dormía en hojas de palmera apiladas al suelo.  Los griegos usaban piezas rígidas de madera, piedra o mármol  como cama, y telas gruesas como colchón. Los romanos usaban el colchón como muestra de estatus social, ya que los acaudalados allí recibían a las visitas y hasta celebraban banquetes reclinados en él; la plancha era de metal, los colchones de lana y paños de lino. Las clases bajas se dormían en esteras de fibras vegetales.

Al caer el Imperio Romano el uso del colchón cayó en desuso. Durante la Edad Media se usaba un acolchonado a base de paja, virutas o serrín, que lo fabricaba a diario quien iba a dormir; de allí vienen expresión “hacer la cama”, que no era otra cosa que buscar un lugar fijo donde dormir y hacer literalmente su colchón. Durante el Renacimiento los colchones estaban hechos de materiales orgánicos que se pudrían y eran nido de insectos y ratas, de allí que se comenzaran a usar sacos cosidos de forma burda a los que se les agregaron botones para periódicamente renovar el interior; pero de todas formas el mal olor y la humedad seguían.

 El tapicero Guillaume Dujardin inventó el primer colchón de aire, pero no fue sino hasta el siglo XVII que aparecerían los primero colchones de muelles, que son,  con sus respectivas mejoras, los que usamos hasta nuestros días.

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