Klaus Barbie, conocido como “el
carnicero de Lyon”, se ganó el apelativo con creces. Jefe de la Gestapo en esa
ciudad, su estancia se caracterizó por una infinidad de torturas y asesinatos, además
de las deportaciones a Auschwitz. Con ese historial uno supondría que sería
enjuiciado, cosa que no fue así, ya que el Cuerpo de Contraespionaje de los
Estados Unidos lo reclutó porque consideraba que tenía información (como muchos
otros nazis) muy valiosa de los comunistas a quien tanto persiguió, pero no hay
constancia de que su información haya sido muy valiosa. Durante algunos años el
gobierno estadounidense lo protegió de los franceses que tanto lo buscaban,
pero para 1951 le ayudaron a escapar a Bolivia, ofreciendo una disculpa formal
al gobierno francés más por quererse lavar la cara que por sentirlo.
En 1965 los servicios secretos de
la República Federal Alemana lo reclutaron en Bolivia, donde ya tenía el nombre
de Klaus Altmann y era un exitoso empresario, anticomunista declarado y que se
jactaba de codearse con políticos importantes de ese país. En 1972, los
cazanazis Serge y Beate Klarsfeld revelaron su identidad, pero la agencia de
seguridad alegó desconocer su pasado nazi y se excusó diciendo que fue un error
de imprudencia no haber investigado bien. Ese mismo año, durante una entrevista
televisiva negó ser Barbie también los crímenes que se imputaban; fue dado de
baja de los servicios secretos alemanes para “evitar complicaciones”. Pero en
2011 el semanario Der Spiegel publicó que los servicios secretos alemanes sabían
quién era y dónde se ubicaba.
Barbie fue extraditado de Bolivia
a Francia en 1983 después de diez años y un cambio de régimen en el país sudamericano.
Fue condenado a cadena perpetua y murió en 1991