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lunes, 22 de septiembre de 2014

Cristina de Pizán


Cristina de Pizán fue la primera mujer a quién podríamos considerar que vivió de la escritura. Nacida en Venecia en 1363, pasó la mayor parte de su vida en París, donde su padre, que era médico y astrologo,  los llevó a invitación de Carlos V. Su curiosidad y afán de conocimientos hizo que su padre le diera una educación que rompía con las formas normales de enseñanza para las mujeres de aquel tiempo, pese a la negativa de su madre quién quería instruirla en las disciplinas propias de la mujer de su época. A los 15 años se casó con el notario y secretario real  Étienne du Castel en una boda arreglada, viviendo diez felices años y teniendo 3 hijos con él. 
La muerte de su padre y después de su esposo (de quién nunca adoptó su apellido) la dejaron con dolor y desesperanza. Con 25 años y tres hijos, tenía que buscar el sustento de su familia; lo primero que hizo fue interponer varios juicios donde reclamaba una deuda pendiente de la Corte, teniendo que vender todo objeto de valor que poseía para sostenerse. Para ese tiempo comienza a componer baladas, rondós y de poemas donde habla de la esperanza, el amor y la ausencia. Pero no solo eso escribió, ya que se le encargaban tratados de política, derecho, estrategia y hasta biografías, siendo la más representativa la de Carlos V, rompiendo así la tradición de que los monjes de Saint-Denis la escribieran. Pero sin duda lo que más será recordado de ella fue su defensa por los derechos de la mujer.  El París que ella vivió estaba envuelto en la “Querella de la mujeres”,   debate filosófico sobre las diferencia entre los sexos, siendo la primera mujer que participo en éste,  criticando duramente un poema de Jean de Meung que denostaba a las mujeres. 
Para 1405 publicó “La ciudad de las Damas”, obra que desafiaba las ideas misóginas de su tiempo, recibiendo la condena de las clases conservadoras pero alcanzando la fama con las mujeres cultas, entre ellas la reina Isabel de Baviera quien le dio todo el apoyo posible. Retirándose al monasterio de Poissy debido a la guerra civil y la invasión inglesa, es allí donde escribe su última obra, “Dechado sobre Juana de Arco”, en donde celebraba las cualidades de la heroína francesa. Al morir, sus escritos fueron relegados al olvido, recuperados hasta el siglo XX por feministas que la consideraron precursora de su movimiento.


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